Estética y violencia: presentación del libro

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Se suele celebrar la publicación de un libro casi como un nacimiento. Pero ¿qué hacer con un niño tan inquietante como éste? Uno no sabe, y la tentación es grande de dejarse absorber por la sutileza de la materia, admirando los conceptos, perdiéndose entre las frases, acariciando la piel oscura de la tapa. Tal vez es eso, la tentación del esteta, que es lo más desconcertante de este libro. Eso, y la idea que el hijo va a crecer.

Tenemos en este libro una mezcla de filosofía, arte y activismo intelectual. O sea: conceptos que buscan a distinguir y a definir; imágenes donde afloran la evolución de singularidades humanas en el tiempo histórico; y datos que nos empujan a hacer algo. En este caso, la estética no es y no puede ser un fin en si mismo. La pregunta que quiero proponer a ustedes es, ¿Qué hacer con este libro? Y ​¿cómo hacerlo?

El libro proviene de una conferencia. En su ponencia – transcrita y traducida tal y cual se pronunció – Achille Mbembe vuelve sobre uno de los conceptos clave del libro, que es la necropolítica, o sea, el trabajo de la muerte, la economía política del asesinato. Según él, el cambio de la política imperial de Estados Unidos y sus aliados después del 9/11 marca una bifurcación en la historia. Desde luego, la distinción amigo/enemigo, propuesta por el pensador alemán Carl Schmitt como la base misma de la relación política, toma la forma de una verdadera explosión de las técnicas del asesinato. En este proceso, la economía de la muerte cae bajo el secreto, que es la nueva ley de la política, y en mitad de una atmósfera de incertidumbre y miedo, los ciudadanos más privilegiados truecan una parte de sus libertades por un grado supuestamente más alto de seguridad. Queda muy claro que en Estados Unidos como en México, este negocio se ha cumplido, o bien, se está cumpliendo cada día más.

Antes de llegar a la estética, sería interesante profundizar la condición de sociedades donde, como dice Mbembe, “el propósito de lo político es identificar al enemigo, y asesinar al enemigo se vuelve el objetivo absoluto de lo político.” Me ocurre que la gran distinción entre las sociedades imperiales y lo que Mbembe llama la “pos-colonia” es que las primeras son capaces, o se creen capaces, de identificar al enemigo fuera de su territorio, y de asesinarlo como si fuese una guerra, con el nacionalismo que desde siempre se asocia con la guerra. En el caso de la pos-colonia, cuando la búsqueda del enemigo se hace el objetivo absoluto de la política, se deberá desplegarse entre los ciudadanos. La necropolítica de la pos-colonia es el asesinato recíproco, o sea, la guerra civil. Por ejemplo, la guerra civil del narco. Una guerra civil que, por supuesto, no dice su nombre. Ahora bien, la resolución de la guerra civil, o mejor, su conjuración, es la tarea por excelencia de la democracia. Hasta tal punto que la necropolítica se presenta como la denegación o la muerte, el asesinato, de la política democrática.

A mí parecer, esta guerra civil que no dice su nombre es la condición planetaria de las democracias capitalistas en la época del neoliberalismo. El encarcelamiento de centenares de miles de mis conciudadanos estadounidenses, sobre todo de piel negra, por el consumo de la droga, es una fruta de la búsqueda del enemigo interior como objetivo absoluto de la política. Lo que se olvida en este afán de identificar al enemigo es la aspiración a la igualdad, el mejoramiento de la vida de cada uno, la distinción entre crímenes sin victimas y crímenes con victimas, etc. Y lo que se exalta es el Yo seguro, el Yo rico, el Amigo como reflejo de este Yo seguro que se olvida de llorar la vida de los otros.

Pues, ¿sería esto, lo que se podría hacer con el libro Estética y violencia? ¿Utilizarlo para decir el nombre de la guerra civil? ¿Hacer sentir la violencia como ausencia de la igualdad, o más aún, como ausencia de la búsqueda de la igualdad y de la justicia esta búsqueda que es la definición misma de una vida democrática? En este caso la estética de la violencia no sería un fin en si mismo. Su carácter desconcertante sería un empujón a la investigación, al debate, a la movilización, a la acción. Pero ¿cómo hacer todo esto con un pequeño libro? Aún sabiendo qué hacer, ¿cómo hacerlo?

Hay una idea estética muy interesante en el libro, que viene de la sudafricana Sarah Nuttall. Dice que hoy en día, se busca la verdad no en lo profundo o lo encubierto, sino en la superficie, en la piel. Habla de una artista negra que hace esculturas para mostrarse como trabajadora doméstica, en situación de desigualdad. Su piel negra se destaca contra el uniforme azul de la sirviente. Luego se hacen fotos de estas esculturas y se las ponen, muy grandes, en las paredes de edificios urbanos. Lo que Sarah Nuttall no dice es como la vista de estas fotos se elabora socialmente. ¿Cómo hablar de lo que sentimos? ¿Cómo hablar de la relación entre violencia y desigualdad?

La estética de la violencia es hijo nuestro – un hijo transfronterizo que tiene tanto que ver con Estados Unidos que con México o Colombia. Este hijo va cruzando el espacio y creciendo en el tiempo. Si no aprendemos a acercarnos al asunto – no sólo con el arte, sino con todos los gestos y palabras serias que pueden generarse desde una universidad, por ejemplo – yo creo que no sabremos hacer frente a las condiciones de guerra civil que van creciendo en el mismo movimiento. Y en este caso, no sabremos llorar la pérdida de la vida democrática.

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